domingo, 15 de agosto de 2010

Para los que leyeron "La Fiesta del Chivo"


Santo Domingo, 11 de julio de 2002

Señorita P.

Estimada Señorita P,

Perdóneme usted, flamante fémina, que las letras no me adornen ya como en tiempos de El Cristo de la Libertad. La vejez, la ceguera y esta úlcera me tienen postrado en la Clínica Abreu. Hago, entonces, el último intento de encerrarle en mis palabras, de recordarla como la invitada más especial de La Fiesta del Chivo:

Lo de señorita es meramente protocolar, claro, porque no se casa usted con nadie. Sus bondades son efímeras, y negocia sus encantos con el que mejor la corteje

Cabello Caoba, Blanca tez, boca Rosada: Toda usted resulta Preciosa. Presidencial.

Incluso podría llamarla, válgame el cielo, Prostituta. Pero eso sería una barbaridad. Porque usted sonreiría, sardónica, mientras afirmaría que soy yo quien se ha prostituido para estar a su lado. Y tendría razón.

La conocí, casi niña, cuando vino a visitarme con Rafael, su amigo de coqueto y diminuto bigote, ¿recuerda? Él me exhortó a que lo ayudara a organizar su Fiesta.

Y qué celebración: Bailé treinta y un años los compases del exasperante merengue trujillista. No era yo, a decir verdad, de aquellos que se lucían en la pista al son de Los Colosos del Ritmo. Pero resistí, pacientemente, la tentación de huir temprano de la Fiesta. Intuía que, así fuese al amanecer, la llevaría de la mano a bailar.

No obstante, había otros que también le tenían la vista puesta. ¿Johnny? Sus maneras rudas no la convencían. ¿Henry? Demasiado obvio (e inmundo). ¿Agustín? No, él solo se extasiaba del aura suprema que usted le estampaba a Bigotes.

Rafael nunca fue católico fervoroso. Sacerdotes y monjas suplicaban que lo dejara. Pero a usted, dama exorbitante de su tiempo, lo que la Iglesia dijera la tenía sin cuidado.

En 1960, casi me convertía en el alma de la Fiesta. Usted me presentó a sus nuevos amigos: Salvador, Amado, ambos Antonios, Huáscar, Pedro y ese tal Fifí. Estaban algo desquiciados, ciertamente. Pero si vuestra gracia los prefería a ellos, yo también.

Temblé el día que Rafael me interpeló en el despacho. Acababa usted de venir y su P de Perfume endulzaba la habitación. Falsa alarma: cerca estuvo, pero no nos descubrió.

Oh, Señorita P… ¿Qué nombre anhelan sus oídos? ¿Paula, Patricia, Pilar, País, Pueblo, PRSC, Política? Particularmente, prefiero llamarle Poder.

Me ha hecho Presidente. Me ha hecho Padre de la Democracia.
¡Es usted Pulso, Prodigio, Privación y Privilegio de mi transitar por este mundo!

Me obsequió la trascendencia; yo ofrendé mi vida. Que Dios me perdone.

Eternamente suyo,
Joaquín

1 comentario:

Anónimo dijo...

querida,recuerdo este texto de la universidad!!! jaja más vale publicarlo tarde que nunca

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