jueves, 18 de marzo de 2010

¿Podemos ser quienes queremos ser en Venezuela?

Desde la crisis construimos una nueva propuesta

Bolívar, M.; Diamanti R.; Sosa, D.
           
Julio tiene 17 años y quiere ser guitarrista. Estudia de día, trabaja en la tarde, pero no puede ensayar con su banda porque vive en La Vega (barrio ubicado en una colina al suroeste de Caracas), y los jeeps únicamente suben hasta las 8:00 pm. Los que conocen La Vega, saben que subir el cerro cuando oscurece es una apuesta de alto riesgo para su integridad física.  

Margarita tiene 23 años y quiere ser chef. Prepara unos postres deliciosos y le encantaría montar una pastelería. A pesar de sus ganas, con una tasa de interés  mensual de casi la cuarta parte del préstamo y con unos bancos reticentes a otorgar créditos,  le es  imposible iniciar su emprendimiento.

La pobreza, las experiencias recurrentes de violencia y la crisis de la institucionalidad  en Venezuela generan  delincuencia y crimen. La inseguridad afecta fundamentalmente a jóvenes varones entre 15 y 25 años. Por otro lado, los cálculos más conservadores de la inflación para el ano 2010 la ubican en un 35%.

Esto evidencia una incapacidad para convivir.  Esto implica la imposibilidad de escoger. Los jóvenes sentimos que disminuyen nuestros grados de libertad para desarrollar nuestro proyecto de vida. ¿Podemos ser quienes queremos ser en Venezuela?

La mayoría de la generación anterior que protagonizó los setenta y ochenta del país no se involucró con los asuntos públicos. Trabajar en política no era considerado un privilegio. De ahí que esos espacios sirvieran para que la burocracia y la corrupción se expandieran a gusto y sin control alguno.

En los ochenta y  noventa se devaluó considerablemente el bolívar, la corrupción se exacerbó y la antipolítica obtuvo una gran cantidad de adeptos. El terreno estaba preparado para que alguien que no viniese de los partidos tradicionales, como es el caso de Hugo Chávez,  triunfara en las elecciones presidenciales de 1998.

Hoy estamos sufriendo la resaca de unos tragos que no nos tomamos. Nosotros nacemos y crecemos en crisis. Eso nos da una inestabilidad estructural en la construcción de los respectivos proyectos de vida, pero al mismo tiempo nos hace muy adaptables a cualquier entorno.

La  marcada división política entre chavismo y oposición nos tiñe a todos de prejuicios. Se demoniza y mitifica al otro. La invitación al diálogo con el bando opuesto es considerada una debilidad de carácter. Hasta los medios de comunicación, según su línea editorial, narran dos Venezuelas sustancialmente distintas.

Actualmente, tender puentes es una práctica poco común en nuestro país. Sin embargo, nuestra condición como jóvenes de adaptación rápida a la crisis nos otorga la posibilidad de trascender la polarización.

Según nuestra Ley Nacional de Juventud,   las y los jóvenes  “son sujetos con particularidades y capacidades para asumir en forma protagónica, tanto su tránsito productivo hacia la vida adulta, como el proceso de desarrollo nacional en sus diversos espacios de actuación”. Según la misma ley, joven es todo aquel hombre o mujer comprendido entre 18 y 28 años. Eso quiere decir que cuando Chávez se erige en la presidencia (1998), todos los jóvenes de hoy en día teníamos entre 6 y 16 años.

No tenemos un pasado al cual rendirle cuentas. Sin embargo, una de las más recurrentes críticas del oficialismo a movimientos estudiantiles y juveniles que critican su manera de gobernar es que queremos volver a los gobiernos de las décadas de los ochenta y noventa venezolanos.

Y ciertamente, no queremos ni el socialismo bolivariano con fuertes tendencias totalitarias, ni las viejas democracias opacadas por la corrupción de sus gobernantes. Resulta necesario impulsar un cambio de fondo. El mayor reto de esta generación es articular un diálogo sostenido para construir una visión compartida entre todos los sectores del país.

Para crear esta visión compartida resulta necesario hacer un pacto de acuerdos mínimos, cuyo eje central reivindique el fortalecimiento institucional y el Estado de Derecho.

Lamentablemente,  un punto de tangencia entre el chavismo y la oposición es que casi nadie respeta las instituciones. Desafortunadamente, estamos acostumbrados a resolver nuestros problemas con el amiguismo o la “palanca”. Pretendemos, de manera inconsistente, que una institución nos sirva siempre y cuando defienda nuestros derechos pero no nos exija responsabilidades.

Con este fortalecimiento institucional podemos combatir de frente la impunidad y la corrupción, que son los que provocan que Julio no ensaye por las noches, o que Margarita no tenga su pastelería.

Parte de la institucionalidad que planteamos implica el respeto a la alternabilidad que protege la Constitución de 1999 (vigente). Estamos en contra de que Chávez  o quien sea tenga la posibilidad de reelegirse indefinidamente. Porque la solución a nuestros problemas nunca estará en el liderazgo de un solo hombre. Latinoamérica arrastra históricamente una recurrente tendencia al caudillismo. De igual modo, hay una falsa creencia popular que dice que sólo un militar tiene la capacidad de  “poner orden” en el país.

Sólo saldremos adelante cuando  dejemos de esperar a un “Mesías” y conformemos un equipo de líderes. Cuando no sea posible ninguna clase de autoritarismo gracias al poder civil.  Cuando innovemos grupalmente en formas de participación que reivindiquen la libertad, la justicia y la reconciliación. La distancia que nos separa del  “largo plazo” se reduce mientras más rápido tomemos acciones.

Entendemos la renovación no necesariamente bajo un criterio etáreo, sino como el surgimiento de una nueva propuesta.

Queremos vivir en un Estado de Derecho que ningún gobierno pueda manejar a conveniencia. Con una clara separación de poderes que garantice el equilibrio y la transparencia de las instituciones. Anhelamos reducir las inequidades, promover la tolerancia y la inclusión, subir el nivel del debate público dejando atrás los prejuicios de la polarización. Queremos un tejido social donde sea un lugar común el respeto a los Derechos Humanos.

Por supuesto, Margarita y Julio no sólo serán los beneficiarios. Ellos tienen el privilegio y el compromiso generacional de ser uno de los tantos obreros de la democracia.

El reto para este equipo de líderes que anhelamos formar es prepararnos académicamente con el objeto de tener más recursos para tomar mejores decisiones. El reto también es “patear la calle” para que nuestras propuestas no estén disociadas del sentir popular. El objetivo es recorrer de punta a punta el país para buscar una intersección entre esas dos Venezuelas distintas. 

Una de las iniciativas de la fundación a la que pertenecemos (Futuro Presente), ha sido crear un espacio de interacción y aprendizaje en donde agrupamos a jóvenes líderes provenientes de diversas áreas (comunidades, universidades, empresas) y distintas zonas (urbanas o rurales) del país y diversas tendencias políticas (chavismo y oposición). Conseguimos a profesores nacionales e internacionales de negociación y resolución de conflictos a fin de que tengamos la herramientas par articular una red social para facilitar la creación de esta visión compartida.

En tiempos de crisis se desarrollan al máximo nuestras capacidades, iniciamos ambiciosos proyectos, podemos saber de qué verdaderamente estamos hechos.
Es arriesgado, pero definitivamente retador y emocionante, saber que en Venezuela tenemos demasiadas cosas por hacer.


Manuela Bolívar (26, psicóloga), Rodrigo Diamanti (25, economista) y Dariela Sosa  (23, periodista) son miembros fundadores de la Fundación Futuro Presente (www.futuropresente.com.ve).




1 comentario:

Vane dijo...

Amiga!
Definitivamente usted me persigue hasta en la sopa!
Ahora resulta que es fundadora de Futuro Presente!!!
Dioxxxxxxx!!!!
Besos!

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